Antes de desconectar mi teléfono y desaparecer para todo el mundo recibo un último mensaje. Lucía, mi vecina del tercero me pregunta si quiero ir a la mañana siguiente a la universidad donde da clase. Su grupo de estudiantes quiere crear una revista en español y me interesa conocer más su proyecto. Me encanta la idea de que quieren crear un medio para expresar sus ideas, lo que piensan y su visión de este país.
A la mañana siguiente Lucía aparece por la oficina muy temprano. La clase empieza a las once y debemos de salir con tiempo. Cogemos un chapa (una especie de mini bus muy común aquí en Maputo que la gente utiliza para moverse por la ciudad) en la esquina de casa y marchamos rumbo a la UEM. Montar en chapa es como ir en una especie de discoteca móvil. La música a todo volumen y el chapa lleno de gente. Si la capacidad del chapa es para nueve personas perfectamente caben el doble o más. Por el módico precio de 5 meticais puedes moverte por la cidade sin problemas. Además si te toca un conductor con el síntoma del “cantante frustrado” el espectáculo está garantizado.
A mí me encanta coger los chapas, porque es estar con la gente normal y corriente. Es volver a la realidad y poner los pies en la tierra. Es ser consciente de que estás viviendo en una ciudad africana y que el lugar donde estoy no es precisamente un jardín de rosas. Para bien o para mal mi trabajo me obliga a moverme a otro nivel y un tipo de círculo determinado… a veces tengo la sensación de estar en un “burbuja”. Por eso agradezco y aprovecho cualquier oportunidad que tengo para salir de esta “burbuja” y mezclarme con la gente.
Cuando llegamos a la universidad, lo primero que vemos es la Facultad de Derecho. Un edificio en buen estado abarrotado de estudiantes que van con sus mochilas, apuntes y libros de clase en clase. Para llegar a la Facultad de Letras, la historia cambia. Debemos atravesar la Facultad de Derecho, salir del recinto, coger por una especie de camino de arena, atravesar un descampado lleno de piedras, tierra, yerbajos, basura durante unos diez minutos y por fín llegar al recinto de la facultad. Un par de edificios viejos, semiderruidos, algunos sin ventanas y un suelo de tierra son lo que conforman el campus.
Lucía se mueve como pez en el agua, saluda a todo el mundo y me lleva hacia su clase. Después de subir tres pisos (porque no hay ascensor) llegamos a la clase de español. Un cuarto del tamaño de mi habitación en Madrid, pupitres amontonados y una pizarra.
Poco a poco van llegando los estudiantes. Lucía me presenta y empezamos a hablar de todo…y sobre todo de la revista. Nos ponemos manos a la obra y elegimos un nombre, una línea de trabajo (aunque ellos ya lo tienen bastante adelantado) y les propongo el poder incluir algunos de sus artículos en el boletín que estoy diseñando para la AECI en Mozambique. Les gusta la idea y a mí me hace ilusión poder participar en la creación de un proyecto como el que tienen ellos y echarles un cable en lo que haga falta. Yo creo que de aquí pueden salir muchas historias… Por el momento se decide la fecha de presentación oficial y me piden que participe y diga unas palabras. Evidentemente acepto la propuesta.
La hora de la clase acaba y Lucía debe quedarse porque en media hora empieza con otro grupo. Mario, un joven moçambicano que tuvo la oportunidad de estar el mes de julio en Madrid estudiando español con una Beca de la AECI me acompaña para coger el chapa.
Volvemos a atravesar el descampado, los caminos de arena, el campo, la Facultad de Derecho y mientras hablamos sobre su experiencia en Madrid. El con un español perfecto y yo con mi portuñol que espero que mejore.
Cuando llego a mi oficina me doy cuenta del potencial que hay entre la gente de aquí… y que sólo falta que alguien lo descubra y le de una oportunidad para que empiece a brillar.
Todo el mundo merece tener una oportunidad.