A las ocho de la mañana han sido convocados todos los líderes y Chefes de Barrio de Manhiça.
Las siete menos un minuto, y nuestro chofer, Joao Paulo (Jean Paul como le llamo yo) nos espera en el parking del Predio de
Las afueras de Maputo están llenas de chabolas, no hay calles propiamente dichos y las mañanas son un hervidero de gente. Los niños están en la calle, juegan con viejos neumáticos de coche o con latas de coca-cola. Los más mayores que no sobrepasan los ocho años cuidan de los pequeños. Algunas niñas, llevan en sus pequeñas capulanas a la espalda a los más pequeños. Bebitos de no más de un año duermen, mientras sus cuidadoras juegan con piedras con un trozo de tela a modo de muñecas. Esos son sus juguetes y no van al colegio. Pero lo que veo no es una excepción, o algo típico de esa zona… desgraciadamente es lo normal y lo común en este país.
Respiro hondo (nunca pensé que las famosas respiraciones yóguicas de las que siempre me reía cuando iba a clase de yoga me fueran a servir tanto…) y sigo mirando a través del cristal. De fondo escuchamos la radio y Jean Paul me va explicando los lugares por los que vamos pasando. Yo sigo observando por la ventana.
Cuando dejamos atrás la capital lo único que hay a nuestro alrededor es campo. Carretera, tierra y algún que otro pueblecito. Al cabo de una hora por fín llegamos a Manhiça. La entrada al pueblo está asfaltada, me sorprende y Amparo me dice que sólo está asfaltada la calle principal. El resto de las calles son tierra. Cogemos una de estas calles y nos dirigimos al Conselhio Municipal (el Ayuntamiento) y allí unas cuarenta personas esperan en la puerta principal.
No tenía ni idea que hubiera tanta gente y cuando bajamos del coche todo el mundo nos mira. Sólo hay seis mujeres en este grupo de gente. El resto son hombres, jóvenes y mayores a la espera del comienzo del curso. Una de estas mujeres, una típica Mama Africana me mira y me sonríe. Saco mi cámara y le hago una foto a ella y a las dos mamas que están sentadas al lado.
Amparo entra en la sala donde va a tener lugar el curso y yo me quedo fuera observando, haciendo algunas fotos de la gente y charlando con los colegas de
Como siempre… no empezamos a la hora…y hasta las nueve y cuarto no llegan los representantes para dar comienzo a la formación.
Y allí estoy yo, sentada, entre los líderes y Chefes de Barrio pendiente del traductor… porque la mayoría de los asistentes que están en la sala no hablan portugués, hablan un dialecto llamado rongó. Así que imaginaros, del rongó al portugués y del portugués al rongó. Cuando la gente se empieza a dormir (porque la charla es un poco pesada) el traductor, un abuelete muy simpático que me recuerda a Billy Cosby se pone a cantar o a aplaudir. Si, de repente en medio de la charla, hace una pausa, dice unas palabras en rongó y se pone a cantar y todos le siguen. Parece que esta es una manera para que la gente preste atención.
La piel se me pone de gallina y saco la cámara y grabo un mini video. Es algo surrealista, no sólo por el entorno, ni por la gente, ni por los contenidos (lo que se les está enseñando es como organizar las aldeas o pueblos, la estructura que deben de seguir cuando construyen sus casas, la importancia de respetar el espacio, el no edificar en medio de una vía de tren o cerca de una torre eléctrica o la importancia de crear una zona de letrinas lejos del área donde cocine la comunidad… cosas obvias para nosotros pero que para ellos es una novedad) sino por el hecho de que estoy asistiendo en un pueblo perdido al otro lado del mundo a un curso de “urbanismo”.
Cuando llega la hora de comer, nos vamos todo el grupo a una especie de “restaurante” de la calle principal. Coca-cola, arroz blanco y pollo es lo que nos tiene preparado. Nos sentamos en dos filas de mesas y es genial el poder compartir con todos ellos. Es gracioso ver cómo nos comunicamos, yo en mi portuñol, y ellos en rongó. Nos reimos y compartimos la comida, para mi es un honor.
A la vuelta nos dividen en grupos… ahora hay que trabajar en grupo y discutir y sacar las conclusiones comunes de lo que “hemos aprendido” por la mañana. Me uno al grupo de la mama africana, que me sonrió por la mañana. Ella es una mujer robusta, con gafas, pelo blanco y unas manos grandes y curtidas…esas manos seguro que si hablaran podrían contar muchas historias de campo. Viste con una capulana como falda y una camisa con una especie de pin con la bandera moçambicana. Debajo del pin, su cargo: Lider de mujeres del municipio de Manhiça. Durante la puesta en común es la que más habla, la veo muy comprometida con su comunidad y preocupada por aplicar los conocimientos y la información que nos han trasmitido. Me encanta…además trata de hablar en portugués para que entienda lo que dice.
La verdad es que para mí es toda una experiencia, yo también participo en el debate. Todos me escuchan atentamente y “escriben” (los que saben) mis observaciones. La mama africana me vuelve a sonreir.
El tiempo pasa y llega la hora de la puesta en común. Otro canto y más palmas. Parece que hemos acabado. Abraços, saludos y más fotos. Ellos, se suben a la parte trasera de un camión y yo me voy en busca de Jean Paul.
Khanimambo (gracias en rongó y changana)
2 comentarios:
Sandris, enhorabuena por esta iniciativa tan fantástica de crear el blog. Así podemos saber tus
actividades en Mozambique. Por lo que cuentas estás viviendo experiencias muy interesantes. Porfa, no dejes de contarnos.
Un beso fuerte
Natalia
Alohaaa, Sandra darte mi mas sonora enhora buena, y me siento superorgulloso de tener una amiga como t�. Tu Blog es fantastico, porque es leerlo, cerrar los ojos y estar all�. Estamos enganchados a t� blog como una maruja a una telenovela, jejeje.
El dia en Manhi�a, tuvo que ser fascinante seg�n lo que cuentas.
Khanimambo.
Bes�s
Publicar un comentario