La primera vez que estuve en Xipamanine fue con mi querido Matanyane. Recuerdo que me llevó por los rincones más insospechados, entre caminos de barro y tenderetes de ropa usada. Por cierto, esta parte del mercado se la conoce como el "Mercado de las Calamidades" porque se puede encontrar todo tipo de ropa y calzado de segunda mano de todas las marcas que ahora mismo se te puedan estar pasando por tú cabeza. Cuando preguntas de dónde viene toda esta ropa la gente sin darle mucha importancia responde que es la ropa que "recogéis en en vuestros países para mandar a África" y termina acabando en mercadillos como este. ¿Y cómo? pues no lo sé. Unos dicen que roban la ropa de los "famoso envíos solidarios", otros que es la ropa que sobra de estos envíos y otros no saben o no contestan... en fin, que todo el mundo sabe pero nadie sabe nada.
Hoy cuando volví lo hice con Mario, amigo y fotógrafo mozambiqueño. Un chapa directo desde el paragem que hay en frente de mi casa y en veinte minutos ya habíamos llegado. Nada más llegar bajo ese sol de justicia de las doce de la mañana, comenzamos a caminar entre chapas y mamanas moçambicana. El mercado como siempre a rebosar que a veces hacían difícil el poder moverse con facilidad. Es curioso ver como una acera puede albergar todo un mundo. En una acera de Xipamanine se puede encontrar una mamana vendiendo tomates, al lado de un niño vendiendo "latas de agua", un zapatero arreglando chinelos, un joven vendiendo toda clase de artilugios para el pelo y pequeños montones de basura llenos de moscas y demás insectos voladores.
Es una mezcla rara y a la vez muy auténtica de lo que es la vida en este mercado. Pero esto, sólo es lo que hay fuera. Cuando se llega dentro de las entrañas de este lugar, es fácil encontrar animales de todo tipo (vivos y no tan vivos). Las gallinas hacinadas en jaulas de alambre casero, el calor y la basura hacen que a veces haya ráfagas de olores un tanto "fuertes" pero eso es el mercado.
Según íbamos caminando, la gente comenzaba a saludarnos y como no, a tratar de vendernos toda clase de cosas: me han ofrecido desde una gallina viva, pasando por un bolso de paja, unas costillas de carne, un bote de pasta de dientes, una lagartija en un palo ý una cabeza de cerdo disecada de la zona donde están los curanderos, unas chanclas, unas braguitas rojas neón, un saco de carbón, unos vaqueros de hombre, no han faltado las capulanas y un sin fin de cosas curiosas que dependían de la zona del mercado por donde pasara. En inglés, en portugués y hasta en changana, la gente se acercaba y sacaba tema de conversación.
Cada persona que he conocido hoy guarda historias que realmente serían para escribir un libro. Detrás de cada habitante de este mercado, hay un ser humano que está luchando por salir adelante y eso tiene mucho valor. Lo mejor de perderse en un mercado como este es el tener ese contacto con la gente (mayores o jóvenes). Pararse y charlar y para sorpresa de muchos no comprar. Una mañana intensa entre puestos y barracas de canhiço o de ladrillo. Hace mucho no me perdía en un mercado como este y creo que vale la pena, porque forma parte de la realidad y el día a día de esta ciudad.
2 comentarios:
Impresionante San,
Sigue escribiendo y poniendo fotos por aquí. Por cierto, alguien me ha dicho que te vamos a escuchar en la SER el sábado ¿es cierto?
Y otra cosa: ¡¡¡VUELVE A ESPAÑA!!! esto no es lo mismo si tú no estás. La próxima semana nos vamos a hacer una quedada con los de radio. ¿Te acuerdas de aquella época? Sólo faltarás tú...
Sandra,
Lo que esta claro es que los mercadillos tienen mucho encanto. Ademas son una buena manera para conocer mas sobre la cultura local, las costumbres... y lo mejor es que encuentras de todo, todo verdad???
Ahh, la pagina de tu amigo Mario es muy interesante.
Un beso
GINA
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